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Mi vecina seguía colgando sus bragas

Entre risas contenidas y una incredulidad avergonzada, hice lo mejor que pude para explicarle a Jake. Pero su imaginación ya volaba, preguntándose si la señora Lisa era en secreto una superheroína, con ropa interior diseñada para la aerodinámica. Incluso quería participar, sugiriendo colgar sus calzoncillos del Capitán América junto al “equipo de lucha contra el crimen” de ella.

Se volvió una rutina diaria: la ropa de Lisa ondeaba al viento, y la curiosidad de Jake se encendía. Pero cuando me preguntó si podía colgar su ropa interior junto a la de ella, supe que era hora de acabar con el espectáculo. Así que marché hacia su casa, dispuesta a resolver la situación de forma diplomática.

Lisa abrió la puerta, y antes de que pudiera decir mucho, dejó en claro que no pensaba cambiar sus hábitos de lavandería por nadie. Se rió de mis preocupaciones, sugiriendo que me “relajara” e incluso me dio consejos para animar mi propio guardarropa.

Frustrada pero decidida, ideé un plan… uno brillantemente mezquino. Esa noche, creé el par de bragas de abuela más grande y chillón del mundo con la tela más brillante que encontré. Al día siguiente, cuando Lisa salió, colgué mi obra maestra justo frente a su ventana.

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