Una tarde tranquila, vi a mi vecina de 67 años, la Sra. Cartwright, cavando desesperadamente bajo un viejo árbol antes de desmayarse. Al correr a ayudarla, noté una caja de madera envejecida en la tierra. Dentro había fotos descoloridas, cartas antiguas y un sobre sellado.
Al despertar, la abrazó con fuerza y explicó que su difunto esposo —perdido en la guerra— la había enterrado para que ella la encontrara si no regresaba. La carta, dirigida a la familia que nunca conoció, rebosaba amor, perdón y esperanza. Conmovida, la Sra.
Cartwright la compartió con sus hijos distanciados, organizando una reunión donde lágrimas y risas disolvieron años de silencio. Luego me entregó un relicario de la caja, diciendo que ahora yo era parte de la historia. Lo que empezó como una tarde común se convirtió en una lección de amor, memoria y palabras capaces de sanar.