Un silencio helado recorrió la sala, mientras todos los presentes giraban la vista hacia el ataúd. La voz de la niña rompió la quietud, insistiendo en que su padre solo dormía. El asombro y la incredulidad se propagaron entre los asistentes, mientras el sacerdote dudaba y miraba a la viuda. Confusión y miedo se dibujaban en su rostro mientras su hija se aferraba al borde del féretro.
Un anciano tío, exmédico, dio un paso al frente. Impulsado por las palabras de la niña, pidió permiso para revisar el cuerpo. Con dedos temblorosos palpó la muñeca del hombre. El tiempo pareció detenerse… hasta que abrió los ojos con asombro. Un pulso tenue. “Está vivo”, susurró.
La sala estalló en gritos y caos mientras el personal y los invitados corrían. La viuda abrazó a su hija, esperanza y miedo mezclándose. Llegaron los paramédicos, abrieron el ataúd y hallaron respiración débil. El hombre fue trasladado al hospital: el funeral se transformó en rescate. La insistencia inocente de la niña obró un milagro, desafiando a la muerte.