La vida es un ciclo, y la muerte forma parte natural de él. Sorprendentemente, el cuerpo humano empieza a dar señales cuando se acerca ese momento final. Reconocerlas permite acompañar con amor y conciencia a quienes están transitando sus últimos días.
Entre las señales más comunes se encuentran cambios en el apetito y la sed, con rechazo a alimentos sólidos y poca ingesta de líquidos; debilidad extrema y sueño prolongado, reflejo del desgaste de los órganos; y piel fría o con tonos azulados, resultado de la circulación concentrada en los órganos vitales. La respiración puede volverse irregular, con pausas y sonidos característicos, mientras que la lucidez disminuye, causando confusión o desorientación. También puede perderse el control de esfínteres y aparecer un retiro emocional, con sensación de calma o experiencias espirituales.
Aunque estos cambios sean difíciles de observar, acompañar con presencia, cariño y serenidad marca la diferencia, convirtiendo el tránsito final en un momento de respeto y dignidad.