Una joven en silla de ruedas llegó al refugio decidida a cumplir su sueño: encontrar un compañero fiel. Mientras avanzaba por los pasillos, miraba a cada perro, pero ninguno despertaba esa conexión especial. Justo cuando pensaba irse, vio a un pastor alemán grande y silencioso en una esquina.
Señalándolo con firmeza, dijo: «A él». El trabajador del refugio advirtió que era un perro difícil, desconfiado y sin adoptantes. Ella sonrió y respondió: «Todos tenemos nuestras dificultades; quizá solo necesita a alguien que lo entienda».
Abrieron la jaula y el silencio se apoderó del lugar. El pastor alemán avanzó lentamente hacia ella, olfateó la silla y, contra todo pronóstico, apoyó la cabeza en sus piernas antes de tumbarse a su lado. La joven le acarició la cabeza y susurró: «Ahora eres mi amigo». Ese mismo día se marcharon juntos, iniciando una historia de confianza y compañerismo que transformaría la vida de ambos.