Su fachada de control se rompió como vidrio bajo presión. El rostro de David palideció y la sonrisa confiada de Vanessa se transformó en un temblor de miedo.
“Será mejor que se sienten”, dije con calma. “El niño que dicen que es suyo no es quien ustedes creen.”
Vanessa replicó, pero su voz temblaba. Golpeé el expediente con un dedo. “Resultados de ADN. El bebé no es de David. Revela un affaire… y algo mucho más oscuro. La verdadera madre no ‘entregó’ a su hijo. Su desaparición está ligada a eventos que ustedes aprovecharon.”
Los ojos de David se abrieron. “¿Vanessa?”
Ella titubeó. “No es cierto…”
“Oh, pero sí lo es,” respondí. “Ella dejó un diario: temores, amenazas y sus nombres.”
El silencio pesó. David susurró: “¿Qué hiciste?”
Vanessa bajó la mirada. “Lo que tuve que hacer.”
Me levanté, firme. “Construí mi legado en la verdad. No permitiré que lo destruyan. Considérenlo su advertencia: los tiburones ya huelen la sangre.”