Las experiencias personales pueden dejar huellas duraderas: algunas hermosas y otras profundamente dolorosas. La primera experiencia íntima de la autora no se recuerda con cariño, sino con miedo y confusión. Lo que debía ser un momento de conexión se convirtió en pánico, lágrimas y una visita de emergencia al hospital que dejó cicatrices físicas y emocionales.
A diferencia de cómo la intimidad suele mostrarse con ligereza, esta experiencia fue traumática. La sociedad rara vez habla de lo que ocurre cuando algo sale mal. Muchos jóvenes crecen sin conversaciones abiertas sobre consentimiento, salud o conocimiento del cuerpo, aprendiendo en silencio o con información errónea.
Los médicos confirmaron después que la lesión pudo haberse evitado con la orientación adecuada. Lo que debía ser seguro se volvió aterrador, demostrando lo esencial que es la educación para el bienestar físico y emocional.
La recuperación fue lenta. La autora revivía lo ocurrido con culpa y confusión, emociones comunes tras un trauma. Su historia recuerda una verdad fundamental: el diálogo honesto y la educación pueden reemplazar el miedo y la vergüenza por comprensión, cuidado y fortaleza.

