La jueza Keisha Williams llegó temprano al tribunal, vestida con sencillez y con su maletín en mano, sin imaginar que aquella mañana se volvería histórica. El oficial Martínez, apostado en la entrada, solo vio su prejuicio. Sin advertencia, la golpeó, abofeteándola con tanta fuerza que sus papeles volaron por las escaleras. Cuando intentó explicarse, él la empujó contra la pared, burlándose: “La gente como tú pertenece en jaulas”.
Dentro, Martínez inventó mentiras sobre una “sospechosa agresiva”. Sus compañeros lo respaldaron, repitiendo su versión. Pero cuando Keisha, con serenidad, citó precedentes legales y mostró su credencial judicial federal, la sala quedó en silencio: la “sospechosa” que había sido brutalizada era la jueza titular de ese mismo tribunal.
Al retomar su estrado, la jueza Williams ordenó reproducir las grabaciones de seguridad, revelando el ataque completo. Luego vino el giro: había estado colaborando con el FBI en una investigación sobre corrupción policial. El ataque de Martínez selló su destino: fue condenado por agresión, perjurio y violación de derechos civiles a 25 años de prisión, sentenciado por la misma jueza que intentó humillar.

