Durante años, la sociedad ha definido a la mujer a través de estereotipos, señalando emociones, amor o sensibilidad como sus “debilidades”. Pero el verdadero punto débil de toda mujer no es emocional ni físico: es la constante presión de demostrar fortaleza. Debe ser madre, profesional, amiga, esposa, cuidadora… y mantenerse siempre en pie. Controlar emociones para no ser “demasiado emocional”, mostrar empatía sin parecer fría, estar disponible sin ser tomada por débil; esa exigencia constante desgasta.
Su punto débil aparece en los momentos de soledad, cuando reprime sus sentimientos, llora a escondidas o guarda silencio para evitar conflictos. No es fragilidad, sino la expectativa de invulnerabilidad. Pedir ayuda no es debilidad; descansar no es fallo. La verdadera fortaleza radica en permitirse ser humana, aceptar límites y reconocer que también merece cuidado.

El punto débil de la mujer está en la carga de no poder mostrarse débil. Pero ahí también reside su mayor fortaleza: seguir adelante, incluso cuando nadie ve el esfuerzo detrás de su sonrisa.

