Cuando fallece alguien cercano, el día a día cambia y el duelo puede empujarnos a tomar decisiones apresuradas. Para algunas personas, ordenar pertenencias ayuda a seguir adelante; para otras, cada objeto se convierte en un refugio emocional. Por eso, antes de desechar nada, conviene esperar a que el dolor inicial se calme y pensar con claridad.
Hay objetos que, con el tiempo, adquieren un valor profundo. Los escritos a mano —cartas, notas o tarjetas— conservan la letra y las palabras de quien ya no está, ofreciendo una cercanía reconfortante. Las fotografías, grabaciones y videos también son esenciales: guardan la voz, la risa y momentos que la memoria puede ir borrando.
Conviene conservar además objetos de uso cotidiano, como un reloj, unas gafas o una prenda favorita, ya que transmiten una sensación de presencia y continuidad. Por último, es fundamental proteger documentos importantes y personales, desde papeles legales hasta diarios o correspondencia.
En el duelo, ir despacio es un acto de cuidado. Lo que hoy parece insignificante, mañana puede convertirse en un recuerdo invaluable.

