El padre obligó a su hija ciega a casarse sin su consentimiento con un hombre que él consideraba pobre, convencido de que su discapacidad la convertía en una carga. Desde niña fue tratada como una vergüenza, apartada de la familia y privada de cariño tras la muerte de su madre, la única que defendía su valor. Al cumplir veintiún años, su destino fue decidido sin preguntarle.
La boda fue breve y fría. Murmullos y burlas la acompañaron mientras su padre la entregaba, dejándola en manos de otro y renunciando a ella. Lo que no esperaba era lo que vendría después.
Su nueva vida fue sencilla, pero llena de respeto. Su esposo nunca alzó la voz, le describía el mundo con paciencia y la trataba con dignidad. Meses después, comenzaron a circular rumores sobre un hombre que ayudaba a los pobres en silencio, viviendo con humildad pese a su riqueza. El padre comprendió la verdad demasiado tarde.
Cuando finalmente los visitó, encontró paz, no miseria. El esposo reveló que la había elegido por su corazón. Serena y firme, la hija habló sin miedo, dejando a su padre sin palabras.

