Un adolescente se tomó su audiencia en la corte como una broma… hasta que el juez intervino. Entró riendo, enviando mensajes y comportándose como si todo fuera un juego, sin mostrar el más mínimo respeto. El juez, observando su actitud, lo detuvo en seco y le advirtió con voz firme que estaba “burlándose del tribunal” y que habría consecuencias.
Su falta de respeto no solo molestó al juez, sino que también influyó directamente en la sentencia. Debido a su comportamiento, el juez impuso condiciones más severas: una fianza más alta, monitoreo electrónico y horas obligatorias de servicio comunitario.
La decisión envió un mensaje claro y contundente: el tribunal no es un lugar para jugar. Lo que pudo haber sido un proceso simple se convirtió en una lección pública sobre las consecuencias de la arrogancia y la falta de respeto ante la justicia.

