Regresé a casa sin avisar tras cumplir mi última misión. Soñaba con abrazar a mi hijo Miguel, pero al llegar, su casa estaba oscura, vacía y cubierta de polvo. Mi corazón se encogió. Había enviado dinero puntualmente a Miguel y a mi nuera, Valeria, creyendo que todo marchaba bien. Pero algo estaba mal. Toqué la puerta, grité su nombre, y sólo el silencio respondió. Bajé al jardín y vi a doña Teresa, la vecina de siempre, regando sus flores. Corrí hacia ella, temblando.
—¡Valentina! —exclamó con sorpresa—. No te has enterado de nada…
Su voz se quebró antes de continuar: —Miguel está en el Hospital San Rafael. Lo llevaron de urgencia hace dos semanas.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Mientras tanto, Valeria, mi nuera, celebraba en un yate en el Mar de Cortés. En ese instante, sin pensarlo, congelé todas las cuentas. Una hora después, ella enloqueció al enterarse.

