Hasta hace poco, luchaba contra el cáncer: meses de quimioterapia drenaron mis fuerzas y me hicieron perder el cabello. Un día, finalmente escuché al médico decir: “Estás sana.” Ese mismo día, mi amado me propuso matrimonio, y entre lágrimas respondí “sí.”
Planeamos la boda, aunque mi cabello nunca volvió a crecer. Compré una peluca, con la esperanza de que nadie lo notara. En el gran día, entré a la iglesia con mi vestido blanco y el corazón acelerado. Todo parecía perfecto… hasta que mi suegra se acercó. Nunca le agradé, creía que no podría darle nietos a su hijo.
Sin previo aviso, me arrancó la peluca riendo: “¡Miren! ¡Está calva!” Risitas y murmullos llenaron la sala. Yo quedé inmóvil, humillada… hasta que la voz firme de mi esposo rompió el silencio:
“Mamá, te vas ahora. No respetas mi elección ni a mi familia.” Ella salió en silencio, avergonzada. Mi esposo me tomó la mano y susurró: “Estamos juntos. Todo estará bien.”