Horas antes de que el mundo conociera la noticia de su muerte, comenzaron a circular susurros de preocupación dentro del Vaticano. A pesar de mostrarse sereno durante su última bendición pública de Pascua, el Papa, debilitado por una neumonía doble, evidenciaba signos de fragilidad. Sentado en una silla de ruedas, se dirigió a decenas de miles de personas en la Plaza de San Pedro, hablando sobre conflictos globales, antisemitismo y la urgente necesidad de paz y tolerancia.
A sus 88 años, había delegado muchas de sus funciones en cardenales y asistentes de confianza, ausentándose de la mayor parte de la Semana Santa por primera vez, una ausencia rara y simbólica. Entre bastidores, los internos del Vaticano mostraban creciente preocupación por su salud y el liderazgo futuro de la Iglesia, pero el Papa se mantuvo firme, centrado en su misión.
El legado del Papa Francisco se define por la compasión, la humildad y su incansable defensa de la paz. Su última bendición de Pascua se erige como un emotivo símbolo de su espíritu perdurable, dejando un impacto duradero en millones de personas en todo el mundo y un llamado a actuar con amor y comprensión.