A los setenta y cuatro años, pensé que solo estaba pagando por reparar mi techo con goteras, sin imaginar que aquello cambiaría mi vida. Soy Evelyn, viuda desde hace casi diez años, viviendo sola en la casa que compartí con mi difunto esposo, Richard. Mis días transcurrían tranquilos entre la jardinería y el voluntariado, hasta que contraté a un grupo de obreros para arreglar el techo. Entre ellos estaba Joseph: educado, amable y diferente a los demás.
Durante el trabajo, descubrieron una vieja caja de madera en el ático. La reconocí enseguida: era de Richard, quien me había dicho que la abriera “cuando llegara el momento adecuado”. Los hombres discutieron sobre quedarse con lo que había dentro, pero Joseph se negó y me la entregó. Dentro había dinero y oro que Richard había guardado.
La honestidad de Joseph me conmovió. Denuncié a los otros y me acerqué a él. Ahora me visita a menudo, llenando mi casa de risas —la familia que creí haber perdido para siempre.