Un hombre entró en la habitación de Harley, alguien a quien nunca imaginó ver allí, mucho menos en esas circunstancias. Era su hermano, Daniel. Normalmente sereno y amable, ese día su rostro estaba endurecido y sus ojos ardían con una furia que ella jamás le había visto.
“Daniel,” susurró Harley con voz débil.
“Hola, hermanita,” respondió él con ternura, apretando su mano. “Estaba afuera. Escuché todo.”
Las lágrimas nublaron los ojos de Harley. “No sabía que estabas aquí.”
“Vine en cuanto supe de la cirugía,” dijo Daniel, suavizando su tono. “No esperaba encontrarme con… eso.”
“Se fue,” murmuró Harley.
Daniel asintió con firmeza. “Mejor así. Eres mucho más fuerte de lo que él creyó jamás.”
Por primera vez en semanas, Harley sonrió. El cansancio pronto la llevó al sueño, arropada por la presencia de su hermano.
En los días siguientes, Harley sanó no solo físicamente, sino también emocionalmente. Con Daniel, amigos y una comunidad que la apoyaba, reconstruyó su vida. Mientras tanto, Mark quedó en soledad, expuesto por su egoísmo, mientras Harley abrazaba la libertad, la fortaleza y el amor.