En el zoológico, un hombre en silla de ruedas observaba a los gorilas cuando ocurrió algo inesperado. Una gorila hembra se acercó, tomó los mangos de su silla y lo atrajo hacia el recinto. El pánico se apoderó de todos: el personal y los visitantes intentaron detenerla, pero era demasiado fuerte. En segundos, la gorila levantó al hombre —aún en su silla— y lo colocó dentro del área.
Todos se quedaron paralizados, temiendo lo peor. El hombre, que años atrás había trabajado allí como cuidador, pensó que aquel sería su final. Pero, en lugar de atacarlo, la gorila lo abrazó con suavidad y comenzó a mecerlo como a un niño.
El silencio se apoderó del lugar hasta que alguien susurró: “Ella lo recuerda.” Lentamente, la gorila lo devolvió a su silla y lo empujó hacia la cerca. Cuando los cuidadores lo rescataron, el hombre tenía los ojos llenos de lágrimas: la había reconocido. Era la misma gorila que él había criado y salvado muchos años atrás.

