Arrojé la vieja mochila del niño al suelo y le dije con frialdad:
“Vete. No eres mi hijo. Mi esposa está muerta. No te debo nada.”
Arjun, de 12 años, no lloró. Solo recogió su mochila y se marchó.
Diez años después, supe la verdad que destrozó mi alma.
Meera, mi esposa fallecida, me había dejado un diario. En él confesaba que Arjun no era hijo de otro hombre… sino mío. Me había mentido por miedo a que solo me quedara por obligación.
Cuando Arjun me invitó a su exposición de arte, lo reconocí: el niño que abandoné ahora era un hombre exitoso. Frente a su cuadro “Madre”, me reveló la verdad con serenidad.
“Solo quería que supieras que ella te amó… y que nunca mintió.”

Caí de rodillas, destruido. Intenté acercarme a él, pero ya no necesitaba un padre.
Aun así, me permitió quedarme cerca, en silencio.
Al final, comprendí que el amor no se demuestra con palabras, sino con redención.
Algunos errores no se deshacen, pero el perdón puede transformar incluso el arrepentimiento más profundo.

