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Hace 15 minutos en New York… Ver más

La habitación permanecía en penumbra, iluminada apenas por la luz cansada del final del día. Afuera, la ciudad seguía su ritmo incansable, pero dentro de esas paredes el tiempo parecía suspendido. En la cama, un joven yacía frágil, acompañado por el sonido constante de las máquinas y la respiración contenida de quienes esperaban.

A su lado, un hombre mayor observaba en silencio. No había palabras ni gestos grandilocuentes, solo una presencia firme, cargada de pensamientos imposibles de pronunciar. En ese instante, el poder, los títulos y el ruido del mundo no significaban nada. Frente a una cama de hospital, todos somos iguales.

El joven dormía, ajeno al peso emocional que llenaba la habitación. Cada segundo contaba. El hombre inclinó la cabeza, con la mirada fija en ese rostro inmóvil que recordaba lo frágil que es la vida. No importaba el pasado ni las certezas; solo quedaba esperar y creer.

Esta escena no muestra drama evidente, sino algo más profundo: el amor silencioso, el miedo compartido y la esperanza obstinada de que esto sea solo una pausa y no un final.

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