En un tranquilo pueblo, Liana, una niña de 12 años, vendía naranjas en la plaza para ayudar a su hermano enfermo, Tomás. Sus padres, agobiados por la pobreza, no podían pagar las medicinas.
Una tarde, un anciano se le acercó. Le ofreció pagar el tratamiento de Tomás, darles comida y evitar que pasaran hambre, con una condición: que Liana fuera a vivir con él a la ciudad. La desesperación venció al miedo, y ella partió al amanecer.
La casa del hombre era grande, pero silenciosa. No le pedía nada, solo compañía. Un día, Liana le preguntó: “¿Por qué yo?”. El anciano confesó su pasado lleno de arrepentimiento: una vez rechazó a su hermana enferma y nunca volvió a verla. Liana le recordaba a ella.
Le dio dinero para Tomás y la opción de quedarse o marcharse. Liana se quedó un tiempo, estudió en su biblioteca y vio a su hermano sanar. Años después, se convirtió en maestra, recordando siempre: los niños en dificultad no son indefensos, están llenos de potencial.
No todas las niñas reciben una segunda oportunidad, pero todas la merecen.