Lo que parecía un jueves común se convirtió en un momento que cambiaría la vida de Linette.
Mientras hacía compras, notó a un padre luchando por calmar a su pequeña hija. Con la intención de ayudar, Linette le entregó a la niña una caja de cereales, lo que logró detener sus lágrimas. Pero entonces, el corazón de Linette se detuvo por un instante: la niña llevaba una pulsera de plata con una pequeña cruz, idéntica a la que ella había enterrado junto a su hija Emily, fallecida de leucemia cinco años antes.
La coincidencia la persiguió. Días después, Linette descubrió que el director de la funeraria que organizó el servicio de Emily había sido acusado de robar pertenencias de los fallecidos. Convencida de que la pulsera era de su hija, contactó al padre de la niña, Bob. Para su sorpresa, Bob —abogado— escuchó con compasión y aceptó ayudarla.
Juntos presentaron un caso y ganaron en los tribunales, obteniendo justicia y consuelo. Con el tiempo, Linette y Bob se acercaron cada vez más. Lo que comenzó con dolor y sospechas floreció en sanación, amor y una nueva familia.