Los oficiales de policía lloraban en silencio mientras alimentaban al frágil bebé, abrumados por la desgarradora realidad que acababan de descubrir.
Esta historia se quedó grabada en mi memoria: una madre trabajadora que confió en su esposo para cuidar a su hija pequeña mientras ella estaba en el trabajo.
Pero el hombre, atrapado por la adicción, abandonó a la bebé, dejándola sola, hambrienta y deshidratada.
Cuando mis compañeros llegaron a la escena, actuaron con rapidez — no había tiempo que perder.
Con manos temblorosas pero corazones firmes, prepararon la fórmula, cambiaron el pañal empapado y alimentaron con ternura a la pequeña — cada gesto fue una promesa silenciosa de que no estaba olvidada.