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Cuando me casé con David, creí que estaba comenzando una nueva y feliz etapa de mi vida. Pero en solo una semana, mi sueño se convirtió en una pesadilla. Desde el primer día, mi suegra, Margaret, dejó claro que yo no era bienvenida. Sus palabras eran como cuchillos:
“Ni siquiera sabes cocinar bien, ¿cómo vas a ser una buena esposa?”
David nunca me defendía. Al contrario, solía decir:
“Mamá tiene razón, no eres lo que esperaba.”
Yo hacía todo lo posible: cocinaba, limpiaba, sonreía aunque me doliera. Pero cada día traía más burlas y frialdad. Poco a poco, empecé a creer sus palabras.
Hasta que, una noche, en una reunión familiar, Margaret volvió a humillarme. Cuando respondí con calma, David se levantó y me arrojó su bebida encima. En ese instante, algo dentro de mí se rompió… y decidí cambiarlo todo.
Me fui a casa, empaqué sus cosas y cambié la cerradura.
Cuando regresaron, los miré con firmeza:
“Esta es mi casa. Y su crueldad termina aquí.”
Esa noche comenzó mi nueva vida: libre y sin miedo.
