Todo lo que queríamos era un descanso tranquilo para recuperarnos como nuevos padres, pero nuestro breve viaje se convirtió en una pesadilla inesperada. Después de dar a luz a nuestra hija, anhelaba descansar y tomar un respiro. Mi esposo, Daniel, y yo condujimos dos horas hasta el pueblo de mis padres, un lugar pacífico donde la vida parecía moverse lentamente y mis padres podían estrechar lazos con Lily. El vecindario era sereno, mi madre había preparado comidas caseras, y la vieja mecedora de mi infancia esperaba en el porche.
Todo parecía perfecto hasta que la madre de Daniel, Vivienne, nos visitó. Llegó impecablemente vestida, con un perfume abrumador y un tono excesivamente dulce que resultaba inquietante. Insistió en que “se encargaría de todo” mientras estábamos fuera. Le entregamos una llave de repuesto, pensando que era inofensivo.
Nuestro viaje fue un remanso de paz, lleno de siestas y tiempo en familia, hasta que regresamos. Al entrar en la habitación de Lily, me quedé paralizada. El cuarto estaba frío, artificial y desconocido. Al abrir el clóset, mi corazón se hundió: todas las prendas que había reunido con amor, cada heredado, estaban destrozadas. Nuestro refugio había sido violado.