Tengo 63 años y, después de una vida aprendiendo a aceptar mi cuerpo, viví una de mis pruebas más difíciles en un vuelo. Debido a una enfermedad, mi aumento de peso nunca fue una elección, pero la gente me juzga constantemente. Ese día había comprado mi billete y elegido un asiento junto a la ventana para no molestar a nadie.
Una joven elegante llegó quejándose en voz alta de que yo era “demasiado grande” y exigiendo que la aerolínea me expulsara. Los pasajeros miraban y la azafata dudaba. Sentí humillación… hasta que decidí defenderme. Les dije que había pagado mi asiento, que mi peso era consecuencia de una enfermedad y que pedirme salir era discriminación.
El avión quedó en silencio. La joven fue reubicada y yo recibí sonrisas de apoyo. Otra pasajera susurró: “Gracias, fuiste valiente”. En ese momento me sentí orgullosa: nadie tiene derecho a avergonzar o excluir por el cuerpo.