Rompí la ventana del coche de un desconocido para salvar a un perro — y luego ocurrió algo completamente inesperado.
Era el tipo de calor que hace que el aire tiemble, cuando incluso la brisa parece salir de un horno. Solo había salido a comprar pasta y salsa, nada más. Pero al bajar de mi coche y mirar el casi vacío estacionamiento, algo llamó mi atención: un sedán plateado, a pocos metros. Dentro, una pastor alemán, desplomada y jadeando, atrapada en el calor.
No había ventanas abiertas. Ni sombra. Solo un calor sofocante… y una perra agonizando.
Corrí hacia ella. Sus ojos estaban apagados, su respiración era débil. Una nota en el parabrisas decía: “Vuelvo pronto. Tiene agua. No toques el coche.” Pero una botella sellada en el asiento delantero contaba otra historia. Llamé al número. El hombre me desestimó y me dijo que no interfiriera.
Así que tomé una piedra y rompí la ventana.
Saltaron las alarmas. La saqué y la refresqué con mi propia agua. La gente se reunió. Llegó ayuda. Y también el dueño—furioso, gritando. La policía escuchó a ambos. Lo multaron por negligencia animal.
Esa perra vino a casa conmigo.
La llamé Esperanza.
Porque eso fue lo que me dio.
Y sí—lo volvería a hacer.