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Valentina regresó a casa sin avisar y descubrió con horror que su hijo Miguel agonizaba solo en la UCI, mientras su nuera Valeria estaba de fiesta en un yate en el Mar de Cortés. Congeló todas las cuentas de inmediato y se lanzó a buscar a su hijo. A sus 61 años, recién retirada tras 40 años de servicio en la Marina, solo deseaba ser madre y abrazar a Miguel después de tantos años dedicados a proteger al país.
Llegó al Hospital San Rafael y corrió hacia la habitación de Miguel, encontrándolo conectado a máquinas y visiblemente debilitado. El médico le informó con frialdad que Miguel tenía cáncer de estómago en fase terminal, y que nadie de la familia había estado con él durante su ingreso. Valentina tomó su mano, susurrándole que estaba allí, mientras él apenas lograba decir “Mamá, te amo”.
Horas después, Miguel falleció. Al llamar a Valeria, solo recibió indiferencia: ella seguía de fiesta, ajena al dolor y a la pérdida. Valentina sintió que no solo había perdido a su hijo, sino también la fe en la familia que había confiado.
