La habitación estaba suavemente iluminada por una pequeña luz nocturna, con sombras que se extendían por las paredes. Los oficiales avanzaron en silencio hacia la cama, donde un hombre y una mujer yacían inmóviles, con rostros serenos pero extrañamente pálidos. Un aroma tenue y desconocido flotaba en el aire.
Uno de los oficiales comprobó si había signos de vida; no encontró ninguno. En la puerta, una niña sostenía con fuerza un oso de peluche gastado, observando a sus padres con los ojos muy abiertos. La habitación estaba ordenada, sin señales de lucha ni desorden. Parecía como si la pareja se hubiera dormido y nunca despertado.
“¿Recuerdas si tus padres estaban enfermos?”, preguntó el oficial con suavidad.
La niña negó con la cabeza. “No… vimos la tele, cenamos y nos fuimos a dormir.”
Entonces notaron dos tazas de café medio llenas y un pequeño frasco de pastillas bajo el tocador, casi vacío: un sedante fuerte. Tal vez un accidente, tal vez algo más.
Tras llamar a la tía de la niña y ponerla a salvo, los oficiales reflexionaron en silencio sobre aquella noche: un recordatorio frágil de la vida, el amor y la pérdida.

