¡Detengan todo y agárrense fuerte! El mundo parece tambalearse y México vuelve a quedar en medio del caos. En solo unas horas, una avalancha de noticias encendió el miedo colectivo: alertas alarmistas sobre tensiones entre Estados Unidos y Venezuela hicieron pensar a muchos que el planeta estaba al borde de una guerra. Aunque no hubo misiles, sí hubo ataques cibernéticos, mercados alterados y nervios de punta.
Mientras tanto, en México la realidad golpeó más duro. Accidentes carreteros dejaron familias destrozadas y reforzaron esa sensación de “tristeza nacional” que se respira en las calles. Las imágenes de abuelos llorando, autobuses hechos chatarra y niños trabajando cargan más peso que cualquier titular internacional.
El contraste duele: redes llenas de lujo superficial frente a una pobreza que no se puede ocultar. Incluso lo extraño y lo grotesco —fenómenos raros, animales deformes, celebridades quebrándose en público— parecen reflejar un país emocionalmente agotado.
Entre amenazas externas y tragedias internas, México despierta con miedo, cansancio y coraje. No es el fin del mundo, pero sí una llamada urgente a mirar la realidad con los ojos bien abiertos y el corazón alerta.
