Últimamente, mi perro Rick comenzó a comportarse de forma extraña: se subía a los gabinetes de la cocina, gruñía y ladraba mirando al techo. Siempre había sido tranquilo y obediente, así que su actitud me inquietó. Durante días pensé que se trataba de ratones o ruidos de los vecinos, pero su insistencia se volvió insoportable.
Una noche, cansado de no dormir por sus ladridos, tomé una linterna y subí a revisar. La rejilla de ventilación sobre los gabinetes estaba floja. Esperaba encontrar un animal, pero al quitarla, me quedé helado: dentro del conducto oscuro se escondía un hombre. Tenía el rostro pálido y cubierto de polvo, los ojos llenos de miedo. En sus manos temblorosas sostenía objetos robados: una cartera, un celular y un llavero.
Temblando, llamé al 911. La policía llegó rápido y lo sacó: estaba débil, herido y aterrorizado. Descubrieron que vivía en los ductos, entrando a los departamentos por las noches para robar cosas pequeñas. Mi perro había sentido lo que nadie más pudo ver.

