La mañana del ranchero Jack comenzó como cualquier otra: café en mano, botas crujiendo sobre el suelo seco. Pero al llegar a su campo de maíz, el corazón se le hundió. Los cultivos estaban muertos y el suelo, cubierto de huevos lisos y pálidos como nada que hubiera visto antes. Alarmado y desconfiado, Jack tomó su pala, pero sus hijas le rogaron que esperara.
Cosas extrañas comenzaron a suceder. Las gallinas se negaban a salir del gallinero, y una desapareció sin dejar rastro. Los cerdos gruñían y caminaban inquietos, como si percibieran algo extraño en el aire. Por la noche, zumbidos bajos flotaban desde el campo, inquietando a Jack más de lo que quería admitir.
Entonces apareció el gato del granero herido—cojeando, temblando, los ojos abiertos de miedo—cerca de su vieja camioneta. Esa misma tarde, su hija menor le tiró de la manga, diciendo que los huevos se estaban moviendo. Jack la siguió al campo, inquieto pero incapaz de ignorar el llamado de lo que fuera que estaba ocurriendo. Algo estaba cambiando.
Al atardecer, Jack se encontraba en medio del campo, rodeado de cáscaras que brillaban débilmente. No comprendía lo que pasaba, solo que no era natural. La granja se había convertido en algo distinto—algo que esperaba despertar. Y desde ese momento, nada volvería a ser igual.