Julia era muy respetada por sus vecinos. Su casa siempre estaba impecable y su jardín era tan hermoso que hacía detenerse a quien pasaba. Era de esas personas que saludaban a los recién llegados con galletas recién horneadas y un pastel.
Su reputación lo era todo para ella, y todos la querían. Aunque había cierta rivalidad con su vecina Nancy, no era una rivalidad dañina, sino algo que las motivaba a ser mejores versiones de sí mismas.
Un día, mientras Julia cuidaba su jardín, Nancy se acercó.
Nancy hizo un comentario sarcástico sobre el jardín, pero Julia no respondió como de costumbre. Nancy notó algo raro, y fue entonces cuando Julia le confesó que su familia atravesaba un momento difícil.
—Nancy, mis padres se divorciaron y mi mamá se quedará en mi casa por un tiempo —explicó Julia.
—Ay, Julia, eres una gran persona. Tu mamá tiene mucha suerte de tenerte —respondió Nancy.
Mientras conversaban, el fuerte rugido de una Harley interrumpió el momento.
—¿Qué está pasando? ¿Quién será? —preguntó Nancy, sorprendida.
Ambas miraron cómo la Harley se detenía justo frente a ellas.
—Hola, Julia —dijo una mujer con chaqueta de cuero.
—¿¡Mamá!? —exclamó Julia—. ¿Qué es esto? ¿Por qué estás en una moto?
Antes de que su madre, Rachel, pudiera contestar, Julia le pidió furiosa que entrara en la casa.
—¡Mamá, por favor! ¿Qué dirán los vecinos? ¿Que mi madre divorciada de 63 años ahora es una motociclista? Por favor, deshazte de esa Harley.
Rachel bajó la mirada, dolida.
—¿Sabes qué, Julia? Me pasé toda la vida complaciendo a todos, siendo la esposa, madre y ama de casa perfecta… Nunca hice algo por mí. Y ahora, finalmente, soy libre.
Le explicó que, tras el divorcio, se sintió sin propósito, y que esa motocicleta era su forma de reencontrarse consigo misma.
Julia, conmovida, se disculpó.
—Perdóname, mamá. No estoy avergonzada de ti ni de tu Harley.
Rachel comenzó a vivir bajo sus propias reglas. Y no solo fue liberador para ella, sino también para Julia, que entendió que no debía cargar con la presión de la perfección.
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