El equipo médico no podía dejar de observar al recién nacido, pero en cuestión de segundos se vivió un instante inesperado que provocó escalofríos en todos los que estaban allí.
La unidad de maternidad del Centro Médico Saint Thorn estaba más concurrida de lo habitual para un parto rutinario.
En la sala había doce médicos, tres enfermeras principales y dos cardiólogos pediátricos, no por una emergencia, sino debido a resultados inusuales en las ecografías del feto.
El ritmo cardíaco del bebé era excesivamente regular, casi como si fuera mecánico.
Tras realizar varias pruebas que descartaron fallos en el equipo, la única petición de Amira, la madre, fue no sentirse como un sujeto de experimentación.
A las 8:43 de la mañana, tras un trabajo de parto prolongado, Amira dio a luz.
El niño no lloró al nacer; simplemente abrió sus ojos y fijó la mirada en quienes estaban presentes, sorprendiendo incluso al experimentado Dr. Havel con su intensa atención.
De pronto, los monitores dejaron de funcionar, las luces parpadearon y las pantallas en las habitaciones vecinas se sincronizaron con el latido del pequeño.
Cuando extendió la mano hacia uno de los monitores y lloró por primera vez, todo volvió a la normalidad.
“Está perfecto,” comentó una enfermera a Amira, aunque la emoción en la sala era palpable.
Más tarde, el equipo discutía en voz baja sobre lo que habían presenciado: la sincronía de los monitores y la extraña percepción del bebé.
“No es un niño cualquiera,” concluyó el doctor.
Amira nombró a su hijo Josías, en honor a su abuelo, quien solía decir que algunos llegan al mundo en silencio, mientras otros lo transforman simplemente con su nacimiento.
Durante los días siguientes, la atmósfera en la sala se volvió tensa — no por temor, sino por vigilancia.
Los controles eran más frecuentes, y las conversaciones susurradas aumentaban.
Josías parecía un bebé común, pero ocurrían hechos inexplicables.
La enfermera Riley creyó ver una correa del monitor moverse sin intervención.
A la mañana siguiente, el sistema pediátrico quedó congelado por 91 segundos, tiempo en que los ritmos cardíacos de tres bebés prematuros se estabilizaron.
Aunque se descartó como un error técnico, el personal comenzó a registrar detalles personalmente.
También hubo momentos conmovedores — como cuando una enfermera, agobiada, sintió una calma inesperada tras que Josías le tocara la muñeca.
Comentó que parecía que algo dentro de ella había cambiado.
Al final de la semana, el Dr. Havel solicitó un monitoreo más avanzado.
Los resultados fueron sorprendentes: el ritmo cardíaco de Josías coincidía con las ondas alfa cerebrales de una persona en calma.
Un técnico incluso notó que su propio pulso se sincronizaba con el del bebé.
Nadie llamó milagro a lo ocurrido — al menos, no aún.
Durante una emergencia cercana, una paciente comenzó a sangrar abundantemente.
En ese instante, el monitor de Josías mostró una línea plana por 12 segundos, sin signos de alarma ni daño.
Tanto él como la paciente se estabilizaron simultáneamente, sin explicación alguna.
Se emitió un comunicado confidencial: “No hablar sobre el niño #J. Seguir protocolos estándar.”
A pesar de todo, el equipo se sentía inexplicablemente atraído hacia él. Josías solo lloraba si alguien más lo hacía.
Cuando le preguntaron a Amira si sentía que su hijo era distinto, respondió:
“Quizás el mundo recién empieza a ver lo que yo siempre supe. Él no vino para ser un niño común.”
Se marcharon en silencio el séptimo día, pero nada volvió a ser igual.